Autor: Carlos Prego
Fuente: Xataka
A China le va la hipérbole. Cuando se trata de levantar grandes infraestructuras y, muy a su pesar, también al hablar de crisis económicas. Lo está demostrando con su sector inmobiliario, azotado por los vientos de una tormenta que ha envuelto a promotores, bancos, familias, instituciones y —con ellos— la segunda mayor economía del mundo. La crisis es tan profunda, tan digna del enorme calibre de China, que hay quien teme ya “el mayor colapso inmobiliario jamás visto”.
Lo que sí ya estamos viendo son estampas tan preocupantes como poco habituales en el gigante asiático, un país muy poco dado a la disidencia. En los últimos meses se han sucedido las protestas e intentos a la desesperada de autoridades y promotores por paliar la crisis.
¿Qué afronta China? Una crisis inmobiliaria, y de calado. Tras décadas de bonanza, en las que el sector impulsó la economía del país, el mercado pasa ahora por momentos convulsos. No aflora el crédito fácil de tiempo atrás, caen los precios, los compradores se niegan a seguir haciendo frente a las hipotecas que pagan por apartamentos a medio terminar y las ventas se desploman un 40% con respecto a 2021. El escenario afecta por supuesto a las promotoras; pero también a organismos locales, que hasta ahora tenían en la venta de terrenos una jugosa vía de ingresos.
“Ha habido un colapso total de confianza en el mercado inmobiliario. Ninguna industria puede sobrevivir a eso”, explica Gabriel Wildau, experto de la firma Teneo, a The Guardian. El impacto va más allá de las promotoras, entidades crediticias y comerciales. Se calcula que el sector inmobiliario representa alrededor de un tercio de la economía del gigante asiático, un amplio porcentaje que incluye desde viviendas a servicios de alquiler e intermediación, materiales y electrodomésticos.
¿Cuáles son las causas? Un cóctel complejo de factores en el que, en este caso, destacan dos grandes «ingredientes»: las políticas adoptadas por el Gobierno chino y las propias características de su mercado inmobiliario, en el que es habitual que el entre el 70 y 80% de las compras se cierren sobre plano, lo que genera a su vez un flujo que los promotores usan para financiar proyectos.
Hace ya dos años el Gobierno decidió adoptar medidas drásticas para desinflar de forma controlada la burbuja inmobiliaria que llevaba décadas hinchándose y limitar los préstamos a promotores. Su batería pivotaba básicamente sobre “tres líneas rojas” que el sector debía cumplir y fijaban unos límites perfectamente definidos en lo que atañe a la deuda, apalancamiento y liquidez.
Una de las primeras en sufrir su impacto fue Evergrande, la mayor promotor del país y cuya crisis generó un efecto dominó en el resto del sector. Resultado: proyectos a medias, viviendas vacías y, sobre todo, una severa herida en la confianza en el sector inmobiliario. BBC estima que hay una treintena de firmas inmobiliarias que ya han dejado de pagar su deuda externa. ANZ estima que habría más de 220.000 millones de dólares en préstamos ligados a proyectos inconclusos.
¿Qué estamos viendo? Escenas muy poco habituales en China. Y otras que, si la situación no fuera tan seria, bien podrían tacharse directamente de delirantes. Quizás una de las más sintomáticas sean las protestas de compradores que se niegan a seguir abonando hipotecas por pisos que compraron sobre plano y están a medio acabar. La consultora S&P Global estima que los préstamos ligados a las protestas rondarían los 145.000 millones, cálculo que otros analistas creen conservador.
No es la única estampa que deja la crisis inmobiliaria. En un intento desesperado por impulsar las ventas —detalla Business Insider—, hay urbes que fomentan las compras grupales, funcionarios que se han lanzado a incentivar las compras y algunas firmas, desesperadas, que incluso han llegado a aceptar cosechas a modo de anticipo para propiedades situadas en el rural. El Gobierno también ha movido ficha y hace poco lanzó un paquete de 300.000 millones de yuanes —unos 43.600 millones de euros— para gastos en infraestructuras y un fondo para los gobiernos locales.
¿Qué dicen los números? Que el sector no pasa por buenos momentos. Los datos de agosto de la Oficina Nacional de Estadísticas de China muestran una caída del 6,4% en la inversión en desarrollo inmobiliario durante los siete primeros meses del año, porcentaje que se eleva al 12,3% si se valora solo la caída interanual de julio. Caen también los proyectos iniciados, con un desplome interanual que supera ligeramente el 45%, y los préstamos a promotores por bancos chinos (36,8%).
¿Cuál es el telón de fondo? El contexto desde luego no ayuda. Como telón de fondo, China se encuentra con un escenario complejo marcado por las múltiples derivas económicas de la guerra de Ucrania, las consecuencias de la sequía histórica que afronta el país y la resaca de su dura “política COVID Zero», que ya pasa factura a la economía del gigante asiático. En el último trimestre el país solo creció un 0,4%, por debajo de las expectativas, y hay quien cree que cerrará el año a 0.
Más allá de lo económico, China afronta también un cambio demográfico que puede afectar a su demanda interna y a finales de año encara una cita política crucial: un congreso en el que se espera que Xi Jinping busque un nuevo mandato. A estas alturas, detalla The Guardian, parece difícil que el Ejecutivo revierta las medidas que ha ido adoptando para atajar la pandemia o en los préstamos.
¿Y más allá de China? La situación se mira con cierta e indisimulada preocupación. El gigante asiático es al fin y al cabo la segunda economía del planeta y alcanza un peso relevante en el PIB global. Que se constipe tiene consecuencias para el resto de países. A modo de referencia, recuerda la cadena Aljazeera, el Foro Económico Mundial calcula que cada caída en un punto porcentual en el PIB de China equivale a aproximadamente un descenso del 0,3% en el PIB mundial.