Autor: Diego Bestard
Fuente: El Economista
Del mismo modo que cambian las formas de vivir, también lo hacen los sitios en los que vivimos. Cambian las ciudades y cambian, también, los espacios residenciales. En los reajustes de estas nuevas demandas, el mercado ha puesto en un lugar aventajado a los espacios de coliving, que se han abierto camino poco a poco en la inversión inmobiliaria como punta de lanza entre los activos alternativos.
El coliving es un modelo de vivienda compartida que se ha ido popularizando en muchos rincones del mundo. Pensado desde la misma lógica que el coworking y otras fórmulas colaborativas, está diseñado para que haya espacios comunes más allá de las habitaciones privadas, pero también más allá de cómo está pensada una vivienda o un apartamento convencional. En un coliving no se comparte solo espacio, sino también tiempo.
Al hilo de estos modelos colaborativos que desde Silicon Valley nos vienen legados, el coliving redunda en conceptos especialmente importantes en las vidas de los más jóvenes, como las ideas de experiencia y comunidad. Muchos de quienes entran a vivir en un coliving son profesionales jóvenes que buscan compartir intereses y aficiones -tiempo y experiencias, al fin y al cabo-, algo que no se limita simplemente a buscar una habitación privada o a tener una vivienda en propiedad.